Texto: Heidi Calderón
Fotos: Heidi Calderón y Juan Pablo Carreras
“Este lugar es importante porque aquí yo vi capar un
toro”, dice Emerio Medina durante un paseo del que es anfitrión. “Yo solo tenía
cuatro años y nunca lo olvidé. Aquel animal pasó una hora completa gritando,
todavía puedo sentir el bramido interminable del toro mientras le machacaban
los guebos con un garrote”
El paseo comienza en la mañana, luego de un helado en
el litoral del Río Mayarí moribundo que está moribundo después que la presa se
tragó, dice Emerio y aclara que fue para construir el colosal embalse
recientemente construido con el fin de trasvasar agua hacia las localidades
secas del oriente cubano.
El primer pasaje lo recorremos a través del “Callejón
de la Muerte”, vereda célebre por historias de miedo. El escritor nos cuenta
que aparecían allí las víctimas locales
de la dictadura batistiana, pero aunque cualquiera quisiera evitarla, es la
ruta diaria para llegar al pueblo.
Mientras nos adentramos por los senderos de su andar a
pie, nos asegura que “éste rio es importante, aquí aprendí a nadar, me bañé,
jugué y tuve que cruzarlo descalzo todos los días para salir al pueblo. Esta
mata de anoncillos es importante, bajo su sombra pasaron horas de mi niñez. Mis
tíos son importantes. Sin mi maestra de primer grado yo no sería quien soy, en
mi vida, ella es importante”.
Y nos lleva a conocer las personas que tuvieron parte
en su formación. Ahora ya es un hombre pero no los olvida. Este es un hombre
que insiste en dar las gracias a todo lo que en su vida ha sido importante.
“Es un privilegio haber nacido en este entorno, aquí
todo era sano y festivo. Crecí sin problemas, sin odios. Todo era bajar al rio
a bañarme después de la escuela y ver a mi papá llegar de la fábrica con su
casco de aluminio brillante. Sin ese entorno inicial no hubiera sido lo mismo”.
Llegamos hasta la pequeña escuela rural donde cursó
estudios primarios porque también es importante para él y no sólo como parte de
su niñez. En la escuelita primaria del poblado Valle Dos era donde le prestaban
una computadora para que durante la noche, pasara sus cuentos del texto
manuscrito a los formatos de este siglo.
Antes de llegar a la casa donde vive nos habla del
hijo y de la mujer. Con una frase que toma prestada deja clara su postura ante
el matrimonio, “un hombre está obligado a encontrar la mujer de su vida y
casarse con ella”. Él cree en la familia y se siente orgulloso de haber formado
una.
En la casa la conversación es más doméstica. El
escritor se planta frente al fogón de leña con la promesa de una caldosa para
la tertulia, y una vez más, confiesa algo importante: El humo, el olor a madera
quemada, es importante para él.
“El secreto de la caldosa está en la malanga”, asegura,
mientras revuelve los tubérculos en el aceite caliente para que no se
peguen al fondo del caldero.
Sentados en la terraza hablamos de música, de
literatura y de él. Un amigo trovador canta algunas canciones y el buen ron
criollo alienta al debate. Mientras se cocina la caldosa Emerio debe revolver,
condimentar y hasta rajar trozos de leña en el patio. El hacha es un aditamento
que le sienta bien.
Asomado por la ventana de su cuarto Emerio muestra
algunos de los objetos que acreditan laureles y distinciones, desde su Premio
Iberoamericano de Cuento “Julio Cortázar” hasta la placa que lo reconoce como
Hijo Ilustre de Holguín, y aunque no lo diga, sabemos que todo esto también es
importante para él.
Ya cuando cae la tarde el escritor obsequia algunos de
sus libros, uno de ellos es “La bota sobre el toro muerto”, el texto con el que
ganó el PREMIO CASA DE LAS AMERICAS.
La conversación de Emerio Medina se parece a su
palabra escrita. Oraciones cortas, ideas rotundas. No hay miel. No hay flores
ni guirnaldas. No hay tretas donde perderse, ni enredos que simulen un
intelecto inalcanzable. Por supuesto, sin negar los ritos y argucias
imprescindibles del oficio.
Describirlo físicamente podría ser sugestivo, el
escritor no tiene los estereotipos del intelectual moderno, incluso sería
interesante adjetivar un poco pese a las reglas, pero hay una sola palabra que
persiste en el intento: Rudo. Emerio es un hombre rudo como su nombre.
Es asimismo hombre de palabra clara. Y posee la capacidad
de escapar del mundo para hablar de él, para contarlo en las idas y venidas del
azar, y quizás esperar que un día cuando nadie recuerde los cascos de aluminio
que usaban los obreros del níquel o el caudal inmenso que tuvo el Río Mayarí,
aparezca alguno de sus cuentos repleto de imágenes para no olvidar.
El periodista Rubén Rodríguez entrevista al ingeniero del Níquel en
Mayarí y narrador ganador del premio Casa de las Américas
en cuento:
César Hidalgo Torres conversa largo con Emerio Medina:
Me gusto la entrevista, despertó en mi el interés por conocer la obra del escritos Emerio Medina, como podría conseguir sus libros?
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